Entre los esfuerzos recientes por avanzar en una recomposición del campo intelectual cubano –fracturado por medio siglo de emigración y apropiaciones o escamoteos de los legados del siglo XIX, la República y ya, también, de la Revolución- es identificable el trabajo editorial de la investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana, Cira Romero. Hay en ese trabajo la asunción de un deber, que es pago de una deuda.
Entre 2007 y 2009, Romero impulsó la edición de cuatro libros fundamentales para esa reintegración del archivo cultural cubano: Severo Sarduy en Cuba (Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 2007), Laberinto de fuego. Epistolario de Lino Novás Calvo (La Habana, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2008), Órbita de Lino Novás Calvo (La Habana, Unión, 2008) y El ángel de Sodoma (La Habana, Letras Cubanas, 2009), la novela de Alfonso Hernández Catá.
En las notas y prólogos de Romero a estas ediciones se lee un compromiso con la recuperación editorial de autores y obras desvanecidos en los referentes literarios contemporáneos de la isla y, en el caso de Novás Calvo y Hernández Catá, tampoco presentes en el espacio literario hispanoamericano. Los libros compilados y editados por Romero, por su naturaleza arqueológica, vienen siendo como novedades antiguas, que hacen de cada lector un historiador y un crítico.
No hay en dichas notas y prólogos, ese exhibicionismo “aperturista”, que tanto abunda en publicaciones institucionales de la isla, donde el rescate editorial se presenta como hazaña, y no como deber elemental, y jamás se aluden las razones históricas de la exclusión. Aquí se habla con naturalidad de exiliados muertos, como Guillermo Cabrera Infante y Jesús Díaz, pero también de exiliados vivos como Manuel Díaz Martínez y Roberto González Echevarría.
Sobre el exilio de Sarduy, apunta Romero:
“No regresó más a Cuba físicamente, pero su obra sería, siempre, expresión de quien en la distancia se forjó una alegoría del terruño persistentemente deseado, y que supo evocar con goce manifiesto, transgrediendo los límites de lo expresable, para así convertir al lenguaje, su lenguaje, en una propuesta de derroche y prodigalidad. Ese instrumento fue, en sus manos de artista de la palabra, como una especie de proyecto o utopía ingeniosos frente a la retórica extática de lo superficial”.
Espectacular entrada, Rafael. No cabe duda que eres un conocedor profundo de la cultura cubana, me alegro de haberme topado con este sitio. Curiosamente lo conozco desde aquella clase que impartiste en el curso de Gonzalo Celorio "Literatura en la Independencia y en la Revolución" en la que hablaste sobre Heredia, Olmedo y Bello, ¿la recuerdas?
ResponderEliminarSin duda, Sarduy es uno de los autores cuyo exilio resulta más interesante entre los cubanos que residen fuera de la isla. He aquí algunas notas atractivas al respecto (halladas en "Exiliado de mi mismo" en en el Tomo I de las Obras Completas editadas por Archivos:
"Exilarse en ese barrio es como pertenecer a un clan, integrarse a un blasón, quedar marcado por esa heráldica de alcohol, de ausencia y de silencio. Las generaciones de escritores y poetas sudamericanos se han ido sucediendo, esa estancia inaugurada quizás, para no caer en referencias decimomónicas o arcaicas, por el ajenjo de Rubén Darío y su brillo verde irrigando, como una sangre venenosa, sus versos metálicos, bruñidos por el Olimpo de Montparnasse, aunque las musas y el lugar configuren una tautología." (P. 41)
Este texto, pese a su corta extensión, es particularmente revelador en torno al exilio de Sarduy. Haber salido de Cuba a los 22 años, en 1959, año en que estalla la Revolución (año también en que China toma el Tíbet, fechas -las tres- que serán un importante antecedente para "Maitreya"), para jamás volver a la isla que lo vio nacer. Y residir en la capital francesa, la capital de la cultura occidental durante décadas, imán para muchos latinoamericanos. El propio Sarduy habla de Darío que, nadie lo ignora, renovó en verso las letras de nuestras latitudes esplendentemente como quizá sólo lo logró hacer Martí en la prosa. Sarduy, lo sabemos, se fue a vivir a un barrio alejado del ajetreo parisino, donde se dedicó a pintar y a escribir. Laboró como periodista radiofónico en Radio France International, lo que auxiliaba sus necesidades económicas.
"Llegar pues –me sucedió hace treinta años- y sin que ninguna institución ni país me expulsara o me rechazara –a este exilio, voluntario o no, es al mismo abrazar una orden, integrarse: aceptar también, y eso es lo más duro, como la delegación de una continuidad, no puede ser indigno de los de antes, tienes que escribir como ellos, o mejor, tienes que darle a esta lejanía –la de tu tierra natal- consistencia, tienes que hacer un sentido con esta falta. Ahora, parece decirte el exilio llegada la cincuentona, te toca a ti." (PP. 41-42).
Un Sarduy ya desencantado habla de su condición, consciente de que, al escribir en español y residir en Francia, ¿quién puede leerlo? Pero vaya que es leído el buen cubano. No sólo fue preponderante su aportación a la crítica mundial (en especial en español) en torno a los conocidos conceptos "barroco" y "neobarroco" sino que además le brindó a Latinoamérica lo que Tel Quel y el estructuralismo francés hacían por allá en los 60's, caso notable, pues en ese entonces era el único latinoamericano que se codeó con esa crema y nata.
"En cuanto a mí, sólo me considero un quedado, o si se quiere –procedo de una isla-, un a-islado." (P. 42)
Precisamente esa condición suya, la de ser un a-islado, es la que va a determinar su obra, tanto su ficción como su crítica, va a determinarlo sustancialmente. Así, sus novelas suelen estar ambientadas en islas o desarrollarse en varias de ellas (Maitreya es un ejemplo notable en este sentido donde la narración ocurre tanto en Sri Lanka como en Cuba y como en Manhattan). Evidentemente, la isla que más le interesa es la cubana, precisamente porque, él lo sabía, el Almirante creyó haber llegado a Oriente, a Cipango. Es así como Cuba, desde el principio de su literatura, es superpuesta, subversiva, metafórica, elíptica y descentrada. En lugar de describirla como una nueva tierra, como algo insólito a los ojos del Occidente, Colón la refiere como algo ya conocido, como el Japón, pero vaya analogía, ¿cómo aparentar que lo que sería Cuba podía ser la isla nipona? En efecto, como Colón estuvo hechizado por eso a Sarduy le interesa tanto la insularidad, a lo que cabe agregar otros factores (por ejemplo, de todos los países latinoamericanos, Cuba ha sido el único territorio que ha sufrido la dominación de tres imperios -español, norteamericano y soviético-). Por otro lado, el que Sarduy hable de si mismo como un a-islado nos da una doble significación: el que esté, sí, aislado de su realidad (de la realidad cubana y latinoamericana) y que esté a-islado, es decir, que continuamente quiera hablar de su isla, de su querida Cuba.
ResponderEliminar"El verdadero salto es lingüístico: dejar el idioma –a veces él nos va dejando- y adoptar el francés." (P. 42)
ResponderEliminarPero lo que Sarduy nunca abandona es su español. A pesar de codearse con los verdaderos titanes, como Barthes, Sarduy jamás deja de escribir en español. Adopta el francés, eso es cierto. Piensa y se desenvuelve en esa lengua. Sin embargo -y esto es lo importante- su literatura se conserva prístina en cuanto a su hispanidad. Sabía que una forma de trascendencia consistía ello mismo. Aunque no gozó (del todo) de la fama que quizás deseó Severo fue leído (no es de sorprender que Gabo lo elogiara diciéndole que era "el mejor escritor de la lengua y el menos leído").
"Y después de todo, el exilio geográfico, ¿no será un espejismo? El verdadero exilio, ¿no será algo que está en nosotros desde siempre, desde la infancia, como una parte de nuestro ser que permanece oscura y de la que nos alejamos progresivamente, algo que, en nosotros mismos es esa tierra que hay que dejar? Todo el mundo cita el caso de un exilio in situ: José Lezama Lima, por así decirlo, mientras barajaba su obra las referencias más universales y vastas y en sus párrafos se desplazaba con la mayor comodidad desde el Extremo Oriente hasta Parías y desde Nôtre Dame hasta la Isla de Pascua, no sólo abandonaba la isla de Cuba, sino que ni siquiera salía de La Habana, de su barrio, de su casa; viajador fijo, viajero inmóvil cosido a su sillón de cuero, a los estrujados folios de Paradiso que iba cubriendo una escritura nómada, huyendo de Oriente a Occidente y a lo largo de los siglos, en diagonal." (P. 42)