Libros del crepúsculo
sábado, 13 de febrero de 2010
Habermas criticado
En uno de los capítulos del libro El desacuerdo. Política y filosofía (Buenos Aires, Nueva Visión, 2007), el específicamente dedicado a la racionalidad del disenso, Jacques Rancière formula su crítica central a Jürgen Habermas. Dice el neomarxista francés que el filósofo frankfurtiano, con su defensa de una esfera pública transparente y de una acción comunicativa basada en el diálogo y la deliberación, deja fuera formas más radicales de litigio o desacuerdo.
Rancière sintetiza su crítica en una pregunta: “¿por qué hay que elegir entre las luces de la racionalidad comunicativa y las tinieblas de la violencia originaria o la diferencia irreductible?”. Aunque no creo que Habermas plantee dicha alternativa de un modo tan maniqueo, Rancière tiene razón al abrir un espacio para la interpelación. Aún para aquellas interpelaciones que parten de una contradicción conceptual insalvable.
Por ejemplo, la contradicción que habría entre dos personas que debaten sobre la “revolución”, el “socialismo” o la “democracia”, entendiendo por estos tres conceptos cosas distintas. Habría en ese litigio, una “diferencia irreductible” que, sin embargo, es muy frecuente en los espacios deliberativos creados por el internet. Constantemente, las discusiones electrónicas reflejan fracturas semánticas no racionalizadas, en las que los interlocutores ni siquiera formulan la pregunta “¿me comprendes?”.
Cuando los interlocutores se dan por comprendidos, sin comprenderse realmente, se manifiesta un tipo de desacuerdo más radical que el que tiene lugar en un marco deliberativo, en el que, por ejemplo, dos personas con ideologías diferentes asumen que tienen nociones contradictorias sobre la libertad o la igualdad. Sin embargo, hay un punto en que Rancière parece coincidir con Habermas y es cuando afirma que el disentimiento, por muy frontal que sea, forma parte de un “mundo común”.
“La política moderna obedece a la multiplicación de las operaciones de subjetivación que inventan mundos de comunidad que son mundos de disentimiento, y a la multiplicación de los dispositivos de demostración que son, en cada momento, al mismo tiempo argumentaciones y aperturas de mundo. Aperturas de mundos comunes –lo que no quiere decir consensuales-, mundos donde el sujeto que argumenta se cuenta siempre como argumentador”. Es decir, como sujeto autónomo, que dice lo que piensa, no como ventrílocuo.
En este último punto reside, tal vez, la principal diferencia entre el neomarxismo y el marxismo. El primero parece haber abandonado aquellas visiones estructuralistas que impedían comprender la autonomía de los sujetos. En el nuevo marxismo, cada quien es lo que es. En el viejo, cada quien era lo que ocultaba ser. Detrás de cada palabra, de cada gesto, había una entidad sumergida, una “estructura” impersonal y abstracta que hablaba por uno.
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Ese marxismo domesticado del señor Habermas ya no puede sostenerse.
ResponderEliminarEl estado de derecho, por más formal y estricto, aún sigue dependiente de las condiciones materiales de vida; es decir su aplicación no llega a la realidad más que si es aprobado por los poderosos en turno.
La previa deliberación de la ley, por mas exhaustiva e incluyente que pudiera haber sido, está sujeta en última instancia al litigio de un círculo de sujetos.
El marxismo de Marx, el de la toma violenta del poder sigue latente, por eso yo creo que fue que don Marx pasó de la desilusión del derecho a la filosofía y de ahí a la revolución.
Habermas pasó de la revolución a la filosofía y de ahí al derecho, lo dicho, un marxismo domesticado.
Creo que no hay ningun marxismo domesticado detrás de la teoría de Habermas, sino un intento de salvar la idea de liberación y poner freno a la explotación desde las trincheras de una democracia radicalizada. En todo caso en contextos en que las viejas mitologías y macro sujetos revolucionarios no son sostenibles.
ResponderEliminarEn cuanto a la forma de abordar el derecho por el comentarista, creo que comprende el derecho con los lentes de un marxismo clásico que poco ve del derecho moderno y sus capacidades formales. Acaso convendría voltear a ver a los austromarxistas y la primera escuela de frankfurt para una visión tanto crítica como mejor entendida del derecho.
Estar a favor de la categoría del consenso o no tiene bastantes implicaciones, más allá de estar o no de acuerdo con Habermas. Pero es saludable abordarlo.
Saludos profesor Rojas