El antintelectualismo, provenga de Burke o de Marx, de la derecha o de la izquierda, se vuelve con frecuencia contra algunos de sus principales defensores. Como advertía Richard Hofstadter, en su clásico estudio Anti-Intellectualism in American Life (1963), las protestas contra académicos, escritores, artistas o periodistas, que atribuyen a la “esencia ideológica” de esas actividades autoría de crímenes políticos o complicidad con los mismos, provienen, por lo general, de “otros” intelectuales, muchos de ellos exprofesores o literatos fracasados, que estigmatizan su antigua profesión.
Uno de los peores hábitos del antintelectualismo es la demanda de “perfecta coherencia” en el intelectual al que se critica. Dicha demanda está asociada con la creación de rígidos arquetipos doctrinales en torno a la obra de algún pensador importante. Edmund Burke y Karl Marx, dos intelectuales que se quejaron del abstraccionismo y de la cobardía de la intelectualidad de sus épocas, han terminado siendo víctimas de su propio antintelectualismo.
Es frecuente que el tópico de Burke como “padre del conservadurismo” transfiera al autor de Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790) un carácter contrailustrado y reaccionario que el mismo no tuvo. Burke criticó algunos aspectos de la Revolución Francesa y aborreció a Rousseau, pero, como el whig irlandés que era, siempre defendió la tradición ilustrada de Locke y Montesquieu, el gobierno representativo y hasta la autonomía de los colonos americanos.
En el otro polo del espectro ideológico, esta fabricación de coherencia sin fisuras se aplica también a Karl Marx. El autor de El Capital fue un escritor y, como todo escritor, recurrió a figuras literarias que relativizaban o contrariaban algunos principios de su teoría. Son conocidos los pasajes de los Manuscritos económicos filosóficos (1844) en que Marx utiliza obras de Goethe y Shakespeare para hablar del dinero como “Dios visible”, que logra el “milagro” de que las “contradicciones se besen” y las “imposibilidades se hermanen”.
La típica objeción althusseriana sería que ese joven Marx no había descubierto aún la “ciencia”, pero, como ha visto Francis Wheen, también en El Capital aparece, en más de una ocasión, una idea mística del capitalismo. Cuando Marx mezcla referencias de las literaturas antigua y moderna para ilustrar los poderes milagrosos del dinero pasa por alto, deliberadamente, su propia teoría de los modos de producción históricos.
Más conocido es el abandono de algunas premisas del “materialismo histórico” en ensayos como los que dedicó a la Revolución Francesa de 1848, a Rusia o a América Latina. El 18 Brumario comenzaba con una conocida cita de Hegel que negaba una de las ideas centrales de El Manifiesto Comunista y La lucha de clases en Francia, esto es, que cada revolución es única e irrepetible porque responde a los conflictos de clases de una sociedad en un momento concreto. Y en los textos sobre Rusia y América Latina, Marx sugiere que esas regiones son incapaces de producir el capitalismo por sí mismas.
Los guardianes de la “coherencia”, desde la izquierda o desde la derecha, dirán que muchos de los pasajes antimarxistas de Marx no eran “ciencia” sino “ideología”, es decir, historia, literatura, periodismo, propaganda ¿Realmente es así? En sus estudios sobre El Capital, Francis Wheen ha demostrado que las ideas no marxistas e, incluso, antimarxistas de Marx recorren los momentos más cercanos a la economía política y más distantes de la literatura o la historia.
Varios autores latinoamericanos han destacado el antintelectualismo acendrado de los políticos y sociedades de la región, la peculiar relación de rechazo y dependencia que liga a los intelectuales y sus públicos (todos de clase media) respecto a la política práctica. Se ha llamado la atención sobre el repliegue intelectual respecto a la política, la desideologización, y la disociación entre teoría y vida cotidiana, así como la existencia de versiones de intelectualismo elitista, cerrado y autorreferencial o populista y promotor de la mediocridad de la clase política.
ResponderEliminarEn Cuba, la dialéctica entre el antintelectualismo de los políticos y buena parte de la población, se ve reforzada por la anémica política de fomento a la información y debate públicos, correspondida por el apoliticismo de un segmento de la intelectualidad, y amplificada por repetidas muestras de insolidaridad gremial.
Por suerte se constata la emergencia de sociabilidades crecientemente politizadas, nacidas dentro de redes artísticas críticas, autónomas, voluntarias y plurales. Estas buscan transformar el espacio público cubano, a despecho de la retórica aperturista, la desciudadanización y los silencios cómplices.
Muy pertinente este post.
¿Sería mala idea que aunque el blog se diga "Libros del crepúsculo" hoy pudiéramos leer una opinión clara de su parte respecto a lo que ha sucedido en la isla. Su opinión importa, interesa, es tenida en cuenta. Nos hace falta.
ResponderEliminarEs cierto lo que apunta Rojas sobre el antintelectualismo de "otros" intelectuales, pero creo que Hofstadter se refiere màs a un antintelectualismo popular o de èlites econòmicas de tipo tecnocratico.
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