Debo haber leído El guardián en el trigal y los Nueve cuentos en la Habana de principios de los 80, en las ediciones cubanas de ambos volúmenes –el primero, en Huracán, y el segundo, con el extraordinario cuento Un día magnífico para el pez plátano, en Cocuyo. Pero ahora que ha muerto Salinger, el texto suyo que recuerdo con mayor intensidad es la noveleta Franny and Zooey, que leí gracias a mi tía, la arquitecta Ángela Rojas, que me prestó su ejemplar editado por Bruguera.
No se trata de un recuerdo nítido, como el que se puede tener de un pasaje de Flaubert o de Dostoievski , sino de una vaga evocación, como las que quedan tras la lectura de Hesse o Salinger. Lo que uno recuerda de esos autores no es tanto la trama, las escenas o los personajes, sino el estado de ánimo o la rara mezcla de sentimientos que experimentó en la lectura. Hesse y Salinger son autores juveniles porque los dilemas de sus personajes son los de cualquier adolescente que se aproxima o llega a la juventud.
El relato de Franny and Zooey es mínimo: Franny Glass es esperada por su novio en una estación de trenes, la muchacha llega y ambos se van a cenar. La conversación de la pareja comienza a tensarse cuando el novio de Franny alardea de su sabiduría y su éxito –acaban de aceptarle un ensayo sobre Flaubert en una revista. Franny escribe una carta a su hermano Zooey, que éste lee en la bañadera de su casa, mientras comenta con su madre los problemas de la hermana.
El sentimiento de Franny, que se vuelve una preocupación incestuosa en Zooey, es muy parecido al que Milan Kundera llamaba la lítost, una suerte de depresión provocada por la egolatría del otro y, a la vez, por una sublimación estética o mística de la inferioridad. Franny envidia la erudición y el desenfado de su novio, pero expresa ese complejo por medio de una apelación a la espiritualidad y la filantropía, como si sintiera que su fortaleza no está en el saber sino en la piedad.
Nada de esto es lo que recordamos de nuestra lectura juvenil de Salinger. Lo que recordamos es la imagen que entonces nos hicimos del mundo universitario de la costa este de Estados Unidos –Harvard, Yale, Princeton…-, sus trenes y sus andenes, la lectura de cartas íntimas, las confesiones, las fanfarronerías y esa mezcla de angustia e incertidumbre, de miedo y valor, que sólo se siente a los dieciocho o a los veinte años.
Una vez que se murió Salinger, busqué en mi casa algo de lo que de él tengo. Y justamente encontré Franny y Zooey. Me pasó casi lo mismo que describes, aunque fue una buena relectura; no sentí que traicionaba la sensación de la primera vez, a los 18 o 20 años.
ResponderEliminarHesse, excepto El juego de los abalorios, no me gusta ahora con 45 años.
Muy lindo post, Fifa.
Gracias.