Libros del crepúsculo
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Navidad de Darío en Nueva York
Rubén Darío pasó las Navidades de 1914 en Nueva York, donde escribió varios poemas sobre esa gran ciudad. En uno de ellos, las “meditaciones de madrugada” sobre la “gran cosmópolis”, resumía la mezcla de fascinación y rechazo que provocaba Nueva York entre tantos escritores latinoamericanos de su generación. El contraste entre gloria y decadencia, lujo y miseria, placer y dolor era permanente en aquellos versos de Darío:
¡Sé que hay placer y que hay gloria
allí, en el Waldorf Astoria,
en donde dan su victoria
la riqueza y el amor;
pero en la orilla del río,
sé quienes mueren de frío,
y lo que es triste, Dios mío,
de dolor, dolor, dolor…!
La primera persona, como en Martí, afirma aquella condición de testigo solitario, peregrino, capaz de ver lo que los new yorkers no ven. En un “soneto pascual” escrito en esas mismas Navidades, Darío se imaginaba como en rey mago, encima de su burro, camino a Egipto, pero desorientado, sin la estrella de Belén que debía guiarlo. La orientación que el poeta necesitaba para pensar la “cosmópolis” es ofrecida por la certeza de que también en Nueva York existe Dios. Una prueba de su existencia era la diversidad racial y migratoria, que Darío presenta de dos maneras. Primero como injusticia:
Casas de cincuenta pisos,
servidumbre de color,
millones de circuncisos,
máquinas, diarios, avisos
y ¡dolor, dolor, dolor…!
Y luego como convivencia:
Allí pasa el chino, el ruso,
el kalmuko y el boruso;
y toda obra y todo uso
a la tierra nueva es fiel,
pues se ajusta y se acomoda
toda fe y manera toda,
a lo que ase, lima y poda
el sin par tío Samuel.
Al final del poema, la reconciliación de Dios con Nueva York ya nos coloca en un territorio ajeno al de las ideologías antinewyorkinas: las nacionalistas, a lo Ariel de José Enrique Rodó, o las comunistas, a lo La ciudad del diablo amarillo de Máximo Gorki. Nueva York no es, únicamente, esa urbe dorada donde se rinde culto al dólar sino una comunidad whitmaniana, piadosa, que hace de las Navidades un ritual moderno en el que ciudadano, feligrés y consumidor se funden en una misma persona. Estados Unidos es, para un Darío que, como Martí veinte años atrás, admira la Trinity Church en el corazón de Wall Street, tierra de religión:
Aquí el amontonamiento
mató amor y sentimiento;
mas en todo existe Dios,
y yo he visto mil cariños
acercarse hacia los niños
del trineo y los armiños
del anciano Santa Claus.
Y de amor:
Porque el yanqui ama sus hierros,
sus caballos y sus perros,
y su yacht, y su foot-ball;
pero adora la alegría,
con la fuerza, la armonía;
un muchacho que se ría
y una niña como un sol.
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El verso sobre los millones de circuncisos no es antisemita? No creo que en ese caso tenga que ver con la injusticia. Hay algo de desprecio en la frase, no?
ResponderEliminarIsa L.