Ahora que la Junta de Andalucía ha dado por terminadas las excavaciones en Alfacar, sin haber encontrado los restos de Federico García Lorca, se desatan las especulaciones sobre la muerte del poeta y sobre el destino de sus huesos. La mayoría de los historiadores sigue pensando que Lorca fue ejecutado en el barranco de Víznar, pero no pocos investigadores y periodistas comienzan a sugerir que el régimen franquista exhumó el cadáver y lo trasladó de lugar o le dio oculta sepultura, desde un inicio, para evitar que su tumba se convirtiera en santuario. No falta quien asegure que los restos del poeta se encuentran entre los varios miles enterrados en el Valle de los Caídos.
Los periódicos españoles se llenan, en estos días, de llamados a la memoria o al olvido, al desenterramiento de más de cien mil desaparecidos o a honrar el pacto de la transición y dejar los muertos en paz. Alguien recordaba una frase de Manuel Azaña, a propósito del traslado a Granada, en 1925, de los restos de Ángel Ganivet, suicidado en Riga, en 1898: “lo primero que se hace con los hombres ilustres es desenterrarlos. En España, la manía de la exhumación sopla a ráfagas”. Más allá de esa relación fetichista con los muertos, que pasó de la península a Hispanoamérica, y que en el caso de una víctima como Federico García Lorca adquiere tonos trágicos, la prensa española ha vuelto, también, a las fantasías sobre el final del poeta.
Un periodista recordaba que en la novela La luz prodigiosa, llevada al cine a principios de esta década, Fernando Marías contaba la ficción de una sobrevida de García Lorca. El poeta, desfigurado, había salido con vida del fusilamiento de agosto de 1936, en el barranco de Víznar, y enfermo y amnésico encontró refugio en un convento en las afueras de Granada. Ya anciano, irreconocible y olvidado de sí, García Lorca volvía a caminar las calles de su Granada, como en el poema de Antonio Machado.
Otra ficción sobre la muerte de García Lorca, no recordada por estos días en la prensa española, es la del escritor cubano Reinaldo Arenas en el cuento El cometa Halley. La pieza teatral La casa de Bernarda Alba, según Arenas, quedó inconclusa, ya que Federico García Lorca, enamorado de su personaje Pepe el Romano, fue quien se fugó con éste. Las hijas de Bernarda Alba, abandonadas por el amor de todas, se embarcan en Cádiz rumbo a Cuba, donde se establecen en Cárdenas. Allí viven el frenesí generado por la profecía del cometa Halley, en 1910, anunciada por el escritor y astrónomo local, García Markos, y se enteran de la muerte de García Lorca, en la península, “insatisfecho” y degollado por Pepe el Romano.
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