José Saramago ha reescrito la historia sagrada en busca de un Caín (Alfaguara, 2009) diferente. En su historia del primer fratricidio la víctima es Caín y no Abel. El hijo mayor de Adán y Eva, agricultor, era tan devoto como su joven hermano, pastor, pero Dios lo rechazó desde su nacimiento. Abel, el preferido de Dios, es, en el relato de Saramago, jactancioso, soberbio e impío: se burla del desdén con que el Señor trata a su hermano y antepone la lealtad religiosa al amor filial. Cuando Caín mata a golpes a Abel con una quijada de burro no está cometiendo el primer fratricidio sino un acto de violencia legítima contra la injusticia divina.
Caín es el primer revolucionario, el primer exiliado y el primer testigo de una crueldad del mundo teológicamente diseñada. Vaga por tierras extrañas, adoptando la identidad de su hermano, conoce la pasión en brazos de Lilith y se rebela ante cada injusticia de Dios: el sacrificio de Isaac por Abraham, el derribo de la torre de Babel, la lluvia de fuego y azufre que cayó sobre Sodoma y Gomorra, la transformación de la mujer de Lot en una estatua de sal –“hasta hoy nadie ha conseguido comprender por qué fue castigada de esa manera, cuando es tan natural que queramos saber qué pasa a nuestras espaldas”- y, finalmente, las charlas de Moisés con Dios en el Sinaí y el descreimiento y la adoración de su pueblo por el becerro de oro.
En el pasaje en que Saramago cuenta el enojo de Moisés, tras su descenso del Sinaí, y la orden de masacrar a más de tres mil idólatras, la inclinación por la parábola del autor del Evangelio según Jesucristo se hace evidente. En el retrato de Josué como un señor de la guerra y de las conquistas de Jericó y Madián como actos vandálicos, Saramago se acerca a varios tópicos del antisemitismo, en este caso, de la izquierda comunista del siglo XX. No deja de ser admirable la agudeza con que el escritor portugués desmitifica la Biblia, pero cabría preguntarse si esa crítica del mito sería, para él, tan aceptable como una inversión de los arquetipos morales que contiene el Manifiesto comunista, libro sagrado de la modernidad.
Abelardo Estorino tiene una obra con una interpretacion similar. Abel, guatacon de Dios, del Poder. Abel es docil, chismoso, envidioso. Cain, rebelde.
ResponderEliminarSeran obras independientes?
Omar
Es cierto, Omar, y antes que ambos, Miguel de Unamuno, en su novela "Abel Sánchez", también invirtió la contraposición bíblica entre Caín y Abel.
ResponderEliminarLa verdad es que este enfoque que se le da al mito es muy interesante, también Hugo Pratt en su cómic "Al Oeste del Edén" y la película "Al Este del Edén" siguen la misma línea. Por cierto, ¿Existe algún filósofo que trate el fratricidio?
ResponderEliminarClara