El 37° Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), celebrado el año pasado, rehabilitó a Juan Negrín López (1896-1956), Presidente del Consejo de Ministros de la República, entre 1937 y 1939, y a otros 35 socialistas españoles, entre los que figura el escritor exiliado en México, Max Aub (1903-1972), que habían sido expulsados de dicho partido en 1946. Hace unos días, en una ceremonia encabezada por el ex vicepresidente, Alfonso Guerra, la nieta de Negrín recibió el carné del PSOE a nombre del último jefe de gobierno de la II República.
Negrín, como es sabido, es uno de los personajes más controversiales de la Guerra Civil española. Como Ministro de Hacienda del gobierno de Francisco Largo Caballero, fue el máximo responsable del traslado a Moscú de más de la mitad de las reservas de oro del banco de España. Bajo su jefatura de gobierno se produjeron los asesinatos de Andreu Nin y varios líderes del POUM y se tomaron decisiones militares, como la retirada de las Brigadas Internacionales y la creación de un cuerpo de carabineros, muy criticadas por diversas corrientes republicanas.
Luego de la caída de la República, Negrín, como presidente del Consejo en el Exilio, tomó medidas no siempre del agrado de otros dirigentes exiliados, llegando a la ruptura con Indalecio Prieto, quien lo había respaldado desde su ingreso al PSOE en 1929. El PSOE, sin embargo, luego de décadas de debate y de consultas con algunos de los mejores historiadores sobre el tema ha llegado a la conclusión de que los errores de Negrín fueron, en todo caso, las equivocaciones naturales de un líder que buscaba apoyo de la Unión Soviética y, eventualmente, de los aliados en la Segunda Guerra Mundial para vencer en la lucha contra los nacionalistas.
Lo curioso es, como se lee en Yo fui un ministro de Stalin (1953), el viejo libro publicado por la Editorial América en México, de Jesús Hernández, que Negrín no era comunista ni tenía mayores simpatías por Stalin. Hernández, que sí fue comunista y formó parte del gobierno de la República, relata cómo Stalin a través de sus agentes en España (Kulik, Togliatti, Codovila, Orlof…) maniobró para reemplazar a Largo Caballero con Negrín y aprovechar la moderación de este último para sus fines.Más allá de que el papel de Negrín siga siendo tema de debate entre los historiadores, es inteligente que el PSOE maneje con pragmatismo la memoria de su legado. El vínculo de Franco con Mussolini y Hitler parecería, desde esta perspectiva, tan natural como el de la República con Stalin. Algo similar hace el PRI en México cuando vindica como fundador, no sólo al general Lázaro Cárdenas, símbolo de la izquierda mexicana, sino a Plutarco Elías Calles, cuyo autoritarismo ha sido severamente juzgado por más de un historiador.
En este contexto vale la pena leer la última novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros, en la que hace valiosos comentarios sobre la España republicana, su dinámica política interna y sus relaciones con la Unión Soviética y el régimen estalinista.
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