Libros del crepúsculo
martes, 13 de octubre de 2009
Crítica y biografía
Hace algunos años el historiador colombiano Eduardo Posada Carbó, profesor de la Universidad de Oxford, escribió para la Revista de Occidente un inteligente artículo sobre el entramado de ficción y realidad que había en las memorias de Gabriel García Márquez, Vivir para contarla (2002). Demostraba entonces Posada Carbó las múltiples inexactitudes o exageraciones históricas sobre el mundo de las compañías bananeras en el Caribe colombiano, o sobre su propia trayectoria personal y familiar, que abundan en las novelas y en las memorias de García Márquez.
Como bien reconocía entonces el historiador colombiano, poco sentido tiene demandarle a García Márquez la precisión de un historiador. A lo que podría agregarse que poco sentido tiene, también, reclamarle apego a una verdad a la propia historiografía, ya que, como advirtiera Roland Barthes en su gran estudio sobre Jules Michelet, la historia, por su infinitud de datos, es inconcebible sin la pifia o el lapsus. La hipermnesia, o capacidad de recordarlo todo, que Borges atribuía a su personaje Funes, el “memorioso”, no son recomendables al historiador. El olvido e, incluso, el error, como decía Renan, son elementos constitutivos de la cultura.
En la biografía que Gerald Martin ha escrito sobre García Márquez es posible encontrar algunos “recuerdos falsos” de su principal fuente: el propio Gabo. Eso no sería cuestionable si admitimos que el universo de García Márquez es siempre la mezcla de realidad y ficción que distingue su ingenio de prosista. El problema comienza cuando la memoria y la literatura del autor de Cien años de soledad operan, ya no como una poética literaria, sino como “la” ideología latinoamericana. Lo que Enrique Krauze critica, en su ensayo “A la sombra del patriarca” (Letras Libres, Año XI, Núm. 130), no es la gran literatura de García Márquez sino su rol como intelectual público latinoamericano. Un rol que no puede ser asumido y, al mismo tiempo, encubierto tras la magia de una poética, ya que el drama de la historia, a diferencia del de la literatura, es real.
El caso de García Márquez presenta al biógrafo un dilema diferente al de Pablo Neruda, Alejo Carpentier y otros escritores comunistas del pasado. Como bien ha escrito recientemente Umberto Eco, a propósito de José Saramago, sólo desde viejos purismos macarthystas se puede condenar a un buen escritor del siglo XX por haber sido comunista. Curiosamente, muchos de quienes no le perdonan a Neruda o a Carpentier su comunismo son los que “comprenden” el fascismo de Pound o el nazismo de Jünger. Pero el caso de Gabo es diferente porque él no ha sido ni es comunista y sus posiciones políticas, dentro de la izquierda latinoamericana, se han caracterizado, más bien, por la heterodoxia.
Krauze es un excelente biógrafo y cuestiona la biografía de Martin en su propio terreno: lo que está en discusión no es la grandeza literaria de García Márquez sino su función como intelectual público. Si García Márquez ha sido y es un crítico de la hegemonía de Estados Unidos en América Latina y, a la vez, un defensor de la democracia –gobierno representativo, pluripartidismo, división de poderes, elecciones competitivas regulares, libertad de asociación y expresión, estado de derecho…- en todos los países de la región, por qué se cuida de no hacer nunca una crítica pública al socialismo cubano. Él mismo confiesa a Martin que comparte esas críticas, pero no las da a conocer por una mezcla de “amistad” con Fidel Castro e instinto de protección del símbolo cubano.
En varios capítulos de su monumental biografía, Martin sostiene que las amistades políticas de García Márquez en América Latina no se han limitado al Panamá de Torrijos, la Nicaragua de los sandinistas o la Cuba de Fidel y Raúl. García Márquez ha tenido buenas relaciones con varios presidentes de Acción Democrática en Venezuela, el PRI en México y con líderes de izquierda y derecha de su natal Colombia. Esas amistades no le han impedido, sin embargo, hacer críticas públicas a las democracias de la región, en las dos últimas décadas, por su evidente incapacidad para construir políticas de Estado que reviertan la pobreza y la injusticia. Las democracias están acostumbradas a que las critiquen, mientras que las dictaduras confunden la crítica con la deslealtad.
Como bien señala Krauze, la relación de García Márquez con un sistema político no democrático como el cubano –partido único, dos líderes perpetuos, economía de Estado, ideología marxista-leninista, control de la sociedad civil y los medios de comunicación- tiene que ver más con el afecto que con la ideología. La pregunta se desplaza, entonces, a si es propio de un intelectual moderno, como García Márquez, que los juicios sobre un país latinoamericano estén subordinados a la amistad con sus gobernantes. La mentalidad “patriarcal”, en la que tanto Krauze como Martin enmarcan la amistad entre Fidel y Gabo, parecería una herencia más del pasado autoritario de la región. Una herencia de caudillos otoñales que tiene poco que ver con la tradición de literatura crítica fundada por Cervantes.
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Eso, o acaso los latinoamericanos son autoritarios y propensos a la hipocresía por genética
ResponderEliminarRafael,
ResponderEliminarAprovecho la lectura de tu última entrada para felicitarte por tu más reciente premio. Aunque, infelizmente, nos separan ideas, tonos, y matices, me complazco en recordarte afectuoso y gentil. Nunca olvidaré que fuiste quien envió a Cuba en los primeros noventa una medicina que con urgencia necesitaba un hijo mío.
En mi callado blog aparecen algunas diatribas contra lo que escribes, pero es peccata minuta, nadie, excepto un amigo me hace la gracia de leerlo.
Un saludo,
Humberto Tirado
Me parece que Rojas tiene razón pero al leer el artículo de Krauze me quedé con la impresión de que éste también critica la literatura de García Márquéz. Es decir, critica su obsesisión literaria con los caudillos, por decirlo así.
ResponderEliminarpero es sugerente el vínculo que establece Krauze entre la figura del abuelo de García Márquez y su fascinación por los viejos enfundados en uniformes militares, en espera de algo más que la muerte
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