En la ciudad de México hay muchas y bien surtidas librerías de libros viejos. En la avenida Álvaro Obregón de la Colonia Roma, por ejemplo, o en la calle Donceles del Centro Histórico, es posible encontrar ediciones mexicanas e hispanoamericanas de la primera mitad del siglo XX e, incluso, de la segunda mitad del siglo XIX, en buen estado.
En una de esas librerías compré hace poco la edición en español de la novela A Fable (Una fábula) que William Faulkner escribió en Princeton en 1953, traducida por Antonio Ribera y publicada en Buenos Aires por la Editorial Jackson de Ediciones Selectas. A diferencia de El sonido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Las palmeras salvajes (1939) y otras novelas ambientadas en el mundo sureño de Estados Unidos o en Yoknapatawpha County, esta trata sobre la Primera Guerra Mundial y el miedo físico –al dolor, a la herida, a la muerte- que sentían los soldados en la lucha cuerpo a cuerpo entre trincheras y alambradas.
La edición argentina de Una fábula apareció con un conmovedor prólogo de Agustí Bartra, el poeta y prosista catalán, un republicano que vivió exiliado en México hasta su regreso a España en 1970, padre del antropólogo Roger Bartra. En dicho prólogo Bartra cita un pasaje del discurso de Faulkner, en Estocolmo, cuando recibió el Premio Nobel, en 1950, en el que se refleja aquella certidumbre del miedo como sentimiento vital: “la tragedia de nuestro tiempo consiste en un general y universal miedo físico durante tan largo tiempo sufrido que ya no podemos soportarlo. Ya no existen problemas del espíritu. La pregunta es ésta: ¿cuándo volaré hecho pedazos?”.Bartra establece una relación entre este Faulkner y Albert Camus que a algunos parecerá insostenible. La criatura aterrada, descrita por Faulkner, le parece otra versión de ese “hombre nadie y hombre todos. Ese hombre que puede imaginarse como Sísifo: rojo de fango y de alba, abrazado a la roca absurda que ha arrancado de la noche sin dioses y va empujando hacia la cumbre”. Bartra ve al último Faulkner como un narrador pacifista, en la tradición de Barbusse o Remarque, pero con una tendencia a la mística y a la moral, legada por Melville, que lo aproximaba a Camus.
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