Leyendo Exégesis de los lugares comunes de León Bloy, editado hace un par de años por Acantilado, en traducción de Manuel Arranz, se entiende por qué Kafka, Benjamin y Borges admiraron tanto al autor de Le Désespéré (1886). Bloy tenía la pasión de los católicos conversos, pero, también, la lucidez de los grandes moralistas franceses. El padre masón y voltaireano y la madre católica y nacionalista crearon esa mixtura que leemos en sus Diarios.
Es fácil imaginar lo que Kafka, Benjamin y Borges admiraron en aquella prosa: concisión, agilidad, transparencia, porfía, vituperio, resolución. Bloy inventarió 361 lugares comunes en el habla francesa de fines del siglo XIX y principios del XX y les aplicó una exégesis fragmentaria, organizada en forma de viñetas, que recuerdan el tono sentencioso de los manuales de costumbres y, a la vez, la mordacidad y el ingenio de buena parte de la literatura mediterránea.
Kafka, Borges y Benjamin debieron admirar algo más en aquella prosa: la crítica despiadada de la burguesía. Bloy era un conservador antiburgués, por lo que la aristocracia de Borges, la estatofobia de Kafka y el marxismo de Benjamin encontraban sintonías en frases como esta: “el sublime destino del Burgués –Bloy escribía la palabra siempre con mayúscula, para enfatizar el arquetipo- es exactamente la contraposición, o lo contrario, de la redención tal y como la conciben los cristianos. Si el género humano debe ser crucificado, es sólo por él”.
Es fácil imaginar lo que Kafka, Benjamin y Borges admiraron en aquella prosa: concisión, agilidad, transparencia, porfía, vituperio, resolución. Bloy inventarió 361 lugares comunes en el habla francesa de fines del siglo XIX y principios del XX y les aplicó una exégesis fragmentaria, organizada en forma de viñetas, que recuerdan el tono sentencioso de los manuales de costumbres y, a la vez, la mordacidad y el ingenio de buena parte de la literatura mediterránea.
Kafka, Borges y Benjamin debieron admirar algo más en aquella prosa: la crítica despiadada de la burguesía. Bloy era un conservador antiburgués, por lo que la aristocracia de Borges, la estatofobia de Kafka y el marxismo de Benjamin encontraban sintonías en frases como esta: “el sublime destino del Burgués –Bloy escribía la palabra siempre con mayúscula, para enfatizar el arquetipo- es exactamente la contraposición, o lo contrario, de la redención tal y como la conciben los cristianos. Si el género humano debe ser crucificado, es sólo por él”.
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